Capitulo 1
El sol no saldría hasta dentro de dos horas. Después habría que
esperar otras dos para que sus débiles rayos proporcionaran algo de calor al
lugar. En días como esos Jorge se alegraba de que su jefe se hubiera apuntado a
la moda del autoservicio. No tener que abandonar la calefacción de la tienda
para repostar a los vehículos que paraban en aquella gasolinera camino del
trabajo resultaba reconfortante y le aportaba un poco de ilusión. La justa.
Solo la que necesitaba para conseguir reunir el ánimo suficiente y afrontar el
segundo gran esfuerzo del día: salir de su vehículo exponiéndose al frío
glacial del exterior, recorrer esos veintitrés pasos que separaban su lugar de
aparcamiento con el enrejado metálico que sellaba la tienda, levantarlo y comenzar
su tediosa y rutinaria jornada laboral otro lunes más.
Quitar la alarma, encender luces, poner en marcha la pequeña
cafetera y calentar el horno para cocer barras de pan congeladas. El uniforme
se lo traía puesto de casa para poder robarle cinco minutos más al despertador
y retrasar todo lo posible el que suponía el primer y más grande esfuerzo que
se veía obligado a realizar cada mañana. Levantarse.
Siempre terminaba el ritual de apertura encendiendo la
televisión. Vieja y pequeña, colgada en una esquina como si estuviera castigada
o relegada al rincón que precede al abandono. Para Jorge, aquel aparato suponía
una de las dos únicas cosas que le hacían mantener la razón. Ver a aquellas
personas encerradas en un espacio tan pequeño le hacía no sentirse el único
estúpido que aceptaba su reclusión. Sus voces le proporcionaban la compañía del
solitario. Le esperaban ocho horas de encarcelamiento en aquella jaula llena de
colores, revistas, golosinas, refrescos y olor a pan recién hecho mezclado con
gasolina. Y además, gracias a la televisión podía escapar de sus pensamientos.
No concebía aguantar ocho horas allí dentro manteniéndola apagada, a solas
consigo mismo.
¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Qué había hecho con su
vida? ¿Qué coño había hecho para acabar así? Todas las mañanas lo mismo.
Domingos incluidos. Recordaba que hubo una época de felicidad, lejana,
salpicada de odiosas semanas de exámenes. Luego, sin saber cómo, la alegría se
marchó dejando la puerta mal cerrada y la apatía, el aburrimiento y la
desmotivación se colaron en su interior. Antes tenía objetivos, las chicas, los
amigos, los fines de semana, aprobar,... Ahora solo pensaba en el momento de
volver a dormirse en cuanto oía el sonido del despertador.
-...podemos estar viendo la luz de una estrella que hace miles
de años que dejó de brillar. La luz que nos llega de ella recorre el espacio
atravesando galaxias antes de llegar hasta nosotros. Un recorrido que puede
durar miles de años a velocidad constante. Por lo tanto, si la estrella muere,
la luz que emitió cuando todavía brillaba en toda su plenitud puede que aún no
haya llegado hasta nosotros.
La televisión emitía un documental sobre astronomía. Jorge
barría el suelo, más por mantenerse ocupado que por necesidad, dejando que la
monótona voz del narrador le guiara a través del universo. Fuera empezaba a
crecer el ruido de los coches. Se acercaba la hora del comienzo de la jornada
laboral y la gente corría metida en cajas con ruedas desde sus casas a sus
lugares de trabajo. La mañana se desperezaba empujando a las sombras con
desgana. La salida del sol era inminente y el cielo estaba despejado. Se detuvo
a mirar las estrellas que comenzaban a desaparecer eclipsadas por el
protagonismo de su hermano. “La luz de estrellas muertas” pensó. “Ya no existís
y sin embargo os veo”. Ese pensamiento le provocó cierta simpatía tristona
hacia ellas. De alguna manera sabía que él también estaba muerto aunque su
presencia siguiese dejándose notar, cada vez con menos intensidad, en el día a
día de aquel apartado rincón.
El primer cliente le pilló apoyado en el palo de la escoba
mirando al infinito a través de la cristalera. Inmóvil, abstraído.
-¿Me cobras?
Era evidente que tenía prisa. Todos tenían prisa. Siempre. Se
acercó a la caja y le cobró sin sentir ninguna vergüenza por haber sido
sorprendido en tan íntimo embobamiento.
-¿Tiene tarjeta de puntos?
-No.
“Yo tampoco. Ni falta que me hace.” El cliente recogió su tique
y se marchó sin decir adiós. “Odio las malditas tarjetas de puntos y los putos
descuentos de mierda. Cuanto más dinero te gastes en nosotros más descuentos te
haremos en nuestros productos. Por mí pueden meterse sus grandes descuentos y
mi escaso dinero por su insaciable culo”.
Cuando el sol por fin asomó entre las montañas del horizonte
Jorge ni se enteró. Inmerso en el ritmo frenético de la hora punta, la
gasolinera era un hervidero de vehículos a cámara rápida. Clientes impacientes
por pagar y continuar sus desplazamientos. Prisas por repetir un día más. ¿A
eso lo llamaban vivir? Miraba a su alrededor y solo veía rutinas, ilusiones de
vida, reflejos. Todos los días lo mismo en un lento pero imparable avance hacia
el envejecimiento y la muerte. No había más recompensas que el descanso
nocturno, la comida y algunas risas de vez en cuando. Antinatural. Eso no era
vida. Tenía que haber algo más, tenía que haber otra manera, una en la que se
viviera de verdad. Pero parecía que hubiera una ley que empujaba a las personas
a ese destino. Una ley que permanecía escondida la mayor parte de tu vida, acechante,
aguardando el momento propicio para manifestarse, justo cuando fuera demasiado
tarde como para poder revelarte contra ella.
Aún así a veces soñaba. Liberarse de los compromisos, vivir sin
ataduras, dormir donde fuera y comer lo que hubiera, disfrutar el momento sin
pensar en el mañana. Vivir con lo justo y necesario, el día a día sin dinero.
Adiós a los alquileres, a los planes de jubilación, al miedo a no tener nada
porque ya lo has perdido todo. La comodidad de la despreocupación del animal.
Ocuparse solo de comer y no ser comido. Ojalá tuviera el valor de mandarlo todo
a la mierda y empezar a caminar con una pequeña mochila a la espalda,
alejándose de aquel lugar sin volver la mirada hacia atrás. Pero no se atrevía.
Si ocurriera algo... si algo le obligase a tomar esa decisión sin poder sentir
miedo a equivocarse...