lunes, 17 de diciembre de 2012

AGOTADO
Capitulo 1





El sol no saldría hasta dentro de dos horas. Después habría que esperar otras dos para que sus débiles rayos proporcionaran algo de calor al lugar. En días como esos Jorge se alegraba de que su jefe se hubiera apuntado a la moda del autoservicio. No tener que abandonar la calefacción de la tienda para repostar a los vehículos que paraban en aquella gasolinera camino del trabajo resultaba reconfortante y le aportaba un poco de ilusión. La justa. .... LEER MAS





HORA 0
Introducción


"El misterioso halo que envuelve al sol es el preludio de que el caos y la oscuridad se ciernen sobre nosotros."LEER MAS





SIN VUELTA ATRÁS



























































































Estos contenidos son ficticios y estan hechos con el afan de entrener.

lunes, 3 de diciembre de 2012

AGOTADO

Capitulo 1





El sol no saldría hasta dentro de dos horas. Después habría que esperar otras dos para que sus débiles rayos proporcionaran algo de calor al lugar. En días como esos Jorge se alegraba de que su jefe se hubiera apuntado a la moda del autoservicio. No tener que abandonar la calefacción de la tienda para repostar a los vehículos que paraban en aquella gasolinera camino del trabajo resultaba reconfortante y le aportaba un poco de ilusión. La justa. Solo la que necesitaba para conseguir reunir el ánimo suficiente y afrontar el segundo gran esfuerzo del día: salir de su vehículo exponiéndose al frío glacial del exterior, recorrer esos veintitrés pasos que separaban su lugar de aparcamiento con el enrejado metálico que sellaba la tienda, levantarlo y comenzar su tediosa y rutinaria jornada laboral otro lunes más.
Quitar la alarma, encender luces, poner en marcha la pequeña cafetera y calentar el horno para cocer barras de pan congeladas. El uniforme se lo traía puesto de casa para poder robarle cinco minutos más al despertador y retrasar todo lo posible el que suponía el primer y más grande esfuerzo que se veía obligado a realizar cada mañana. Levantarse.
Siempre terminaba el ritual de apertura encendiendo la televisión. Vieja y pequeña, colgada en una esquina como si estuviera castigada o relegada al rincón que precede al abandono. Para Jorge, aquel aparato suponía una de las dos únicas cosas que le hacían mantener la razón. Ver a aquellas personas encerradas en un espacio tan pequeño le hacía no sentirse el único estúpido que aceptaba su reclusión. Sus voces le proporcionaban la compañía del solitario. Le esperaban ocho horas de encarcelamiento en aquella jaula llena de colores, revistas, golosinas, refrescos y olor a pan recién hecho mezclado con gasolina. Y además, gracias a la televisión podía escapar de sus pensamientos. No concebía aguantar ocho horas allí dentro manteniéndola apagada, a solas consigo mismo.
¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Qué había hecho con su vida? ¿Qué coño había hecho para acabar así? Todas las mañanas lo mismo. Domingos incluidos. Recordaba que hubo una época de felicidad, lejana, salpicada de odiosas semanas de exámenes. Luego, sin saber cómo, la alegría se marchó dejando la puerta mal cerrada y la apatía, el aburrimiento y la desmotivación se colaron en su interior. Antes tenía objetivos, las chicas, los amigos, los fines de semana, aprobar,... Ahora solo pensaba en el momento de volver a dormirse en cuanto oía el sonido del despertador.
-...podemos estar viendo la luz de una estrella que hace miles de años que dejó de brillar. La luz que nos llega de ella recorre el espacio atravesando galaxias antes de llegar hasta nosotros. Un recorrido que puede durar miles de años a velocidad constante. Por lo tanto, si la estrella muere, la luz que emitió cuando todavía brillaba en toda su plenitud puede que aún no haya llegado hasta nosotros.
La televisión emitía un documental sobre astronomía. Jorge barría el suelo, más por mantenerse ocupado que por necesidad, dejando que la monótona voz del narrador le guiara a través del universo. Fuera empezaba a crecer el ruido de los coches. Se acercaba la hora del comienzo de la jornada laboral y la gente corría metida en cajas con ruedas desde sus casas a sus lugares de trabajo. La mañana se desperezaba empujando a las sombras con desgana. La salida del sol era inminente y el cielo estaba despejado. Se detuvo a mirar las estrellas que comenzaban a desaparecer eclipsadas por el protagonismo de su hermano. “La luz de estrellas muertas” pensó. “Ya no existís y sin embargo os veo”. Ese pensamiento le provocó cierta simpatía tristona hacia ellas. De alguna manera sabía que él también estaba muerto aunque su presencia siguiese dejándose notar, cada vez con menos intensidad, en el día a día de aquel apartado rincón.
El primer cliente le pilló apoyado en el palo de la escoba mirando al infinito a través de la cristalera. Inmóvil, abstraído.
-¿Me cobras?
Era evidente que tenía prisa. Todos tenían prisa. Siempre. Se acercó a la caja y le cobró sin sentir ninguna vergüenza por haber sido sorprendido en tan íntimo embobamiento.
-¿Tiene tarjeta de puntos?
-No.
“Yo tampoco. Ni falta que me hace.” El cliente recogió su tique y se marchó sin decir adiós. “Odio las malditas tarjetas de puntos y los putos descuentos de mierda. Cuanto más dinero te gastes en nosotros más descuentos te haremos en nuestros productos. Por mí pueden meterse sus grandes descuentos y mi escaso dinero por su insaciable culo”.


Cuando el sol por fin asomó entre las montañas del horizonte Jorge ni se enteró. Inmerso en el ritmo frenético de la hora punta, la gasolinera era un hervidero de vehículos a cámara rápida. Clientes impacientes por pagar y continuar sus desplazamientos. Prisas por repetir un día más. ¿A eso lo llamaban vivir? Miraba a su alrededor y solo veía rutinas, ilusiones de vida, reflejos. Todos los días lo mismo en un lento pero imparable avance hacia el envejecimiento y la muerte. No había más recompensas que el descanso nocturno, la comida y algunas risas de vez en cuando. Antinatural. Eso no era vida. Tenía que haber algo más, tenía que haber otra manera, una en la que se viviera de verdad. Pero parecía que hubiera una ley que empujaba a las personas a ese destino. Una ley que permanecía escondida la mayor parte de tu vida, acechante, aguardando el momento propicio para manifestarse, justo cuando fuera demasiado tarde como para poder revelarte contra ella.
Aún así a veces soñaba. Liberarse de los compromisos, vivir sin ataduras, dormir donde fuera y comer lo que hubiera, disfrutar el momento sin pensar en el mañana. Vivir con lo justo y necesario, el día a día sin dinero. Adiós a los alquileres, a los planes de jubilación, al miedo a no tener nada porque ya lo has perdido todo. La comodidad de la despreocupación del animal. Ocuparse solo de comer y no ser comido. Ojalá tuviera el valor de mandarlo todo a la mierda y empezar a caminar con una pequeña mochila a la espalda, alejándose de aquel lugar sin volver la mirada hacia atrás. Pero no se atrevía. Si ocurriera algo... si algo le obligase a tomar esa decisión sin poder sentir miedo a equivocarse...



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Introducción

"El misterioso halo que envuelve al sol es el preludio de que el caos y la oscuridad se ciernen sobre nosotros."

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